El disfraz de la violencia - Excélsior

No toda la violencia se desencadena o es generada dentro de la naturaleza del ser humano. Es un producto que fabrican con habilidad y torpeza, la política, la sociedad, la economía, el poder con sus abusos. Para muchos políticos, en países con serios problemas socioeconómicos, es preferible que la violencia se genere en los estadios de futbol y no frente a las puertas de los palacios de gobierno.

La violencia reventó uno de los partidos que mayor expectativas e interés había creado en los últimos días en Argentina, el choque por la Copa Confederaciones, entre dos de las oncenas de mayor tradición, prosapia y rivalidad, el River Plate y el Boca Juniors; deja por el momento, lo que en cierto sentido es lo de menos trascendencia, la interrogante de cuándo se va a realizar.

A toro pasado, al pergeñar estas líneas, no es cuestión de señalar en unos cuantos caracteres lo que se debió hacer para corregir los acontecimientos violentos o lo que debió hacerse en el Monumental y sus alrededores, antes del segundo juego River Plate-Boca Juniors.

El problema no es de la Conmebol, de la AFA, de la reventa o de una turba de violentos, es un problema que rebasa los enfoques deportivos y crece y, en consecuencia, debe ser analizado en forma social y científica. El futbol, tan hermoso y tan atractivo, y con tantos enfoques y matices, debiera ser analizado, acaso, como una debilidad de las estructuras sociales y políticas, de la ambición desmedida por el dinero, la voracidad de unos cuantos y la relación en los niveles de consumo.

Hay grupos a los que les interesa más la facturación que el futbolista como ser humano, o el futbol más como negocio que como deporte. Fue un acierto que hayan descartado la realización de partidos de la Liga Española en estadios de Estados Unidos; no cuentan para nada el desgaste nervioso y sicológico del jugador en los viajes, y por el cambio de horario. Se remonta el recuerdo al beisbol de los años 60 y 70, donde los jugadores comían y dormían en los camiones en viajes y saltaban de Veracruz a Monterrey, Guadalajara, sin el mínimo descanso y en condiciones físicas adversas; eran tratados como mercancía. No sólo parece sino que es demasiado pueril afirmar, como se oye decir en la pantalla de cristal a publicistas atolondrados, que la violencia, en Argentina y en otras partes —y subrayemos que la violencia no se presencia en Europa con tanta frecuencia como en América Latina—, que el problema lo causan "diez o veinte seudo aficionados o desadaptados" o que fueron hinchas del River Plate.

Leo con relativa sorpresa en las líneas del escritor Ernesto Tenembaum una serie de sucesos con otros semejantes que llegan de Argentina: grupos deportivos vinculados con narcotraficantes, de partidos que se juegan a puerta cerrada "para evitar muertes", barras que intentan entrar a los vestidores para golpear futbolistas, tiroteos, y habla de un film donde un hincha dispara con una ametralladora. La relación de las barras con políticos y el narco, que les garantizan impunidad. Del negocio de la reventa de boletos que decuplican el valor oficial.

En rápido ejercicio aritmético, si un boleto vale 100 dólares y se reparten 20 mil entre los revendedores. Se recogen 20 millones de dólares, libres de polvo y paja, en unos cuantos minutos.

Tal vez fuese necesario cambiar hábitos de consumo. Y que los gobiernos en vías de desarrollo, antes de dar futbol, den educación, trabajo, comida, vestido para que sus pueblos vivan con dignidad y aspiraciones de superación.