Cuando el hambre estruja su estómago, Brenda toma el bote con sal y a deditos come tratando de engañarlo.
El sabor se detiene en su paladar con las tripas protestando, pero en casa no hay más opciones, vive en pobreza alimentaria.
Tiene siete años de edad y no rebasa los 20 kilogramos. Su figura pequeña y delgada la reflejan con dos años menos. "A veces me quedo con hambre y si hay tortilla me como un taquito con sal o si no sal solita", explica.
En casa, las frutas y verduras son un alimento inexistente. La carne ni qué decirlo, con suerte prueban una pieza cada dos meses.
La pequeña es hija de Socorro, una mujer con discapacidad, madre soltera a quien la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) la dio de baja de Prospera y ha tardado casi un año en trámites en volver a afiliarla.
La familia no habita en uno de los municipios más pobres y rezagados sino en la Segunda Sección de la agencia Guadalupe Victoria, en donde poco a poco comienzan a ser poblado por viviendas lujosas.
Pero en casa de Socorro no hay alacena ni refrigerador porque no hay comida para almacenar, viven con el hambre rezagada.
Cada uno de los tres habitantes sobrevive a razón de 11.66 pesos a la semana.
Taquitos de sal con tortillas frías, la dieta de Brenda cuando no alcanza para más comida. FOTO: Mario Jiménez
El ingreso diario consta de cincuenta pesos de los cuales hay que guardar 40 para reinvertir en la venta de tostadas y diez para los alimentos.
Despedida por embarazarse
"¿Cansada de la pobreza?, no, lo que estoy es aburrida de ser pobre", señala Socorro en el interior de la vivienda de lámina. Su mirada se pierde para regresar en sus recuerdos.
Unos diez años atrás su vida era diferente. Tenía un empleo con sueldo seguro, era empacadora de carne.
El ingreso que percibía le permitía tener una vida con mayor dignidad, pero con la llegada de la maternidad también vino su despido de la empresa y su lucha constante.
En la mesa de la casa se apilan cinco tortillas duras sobre una parrilla eléctrica. La familia recién tomó su desayuno. Con un poco de ayuda que recibió, Socorro compró cien pesos en despensa.
Muy bien racionados, los alimentos serán suficientes para dos semanas.
Del saco de alimentos Socorro extrae una Maseca, dos paquetes de sopa económica, avena, granola, arroz y frijol.
Adquirir leche es difícil así que la merienda para Brenda de siete años de edad y Misael de tres, es café con un pan.
La pequeña toma una de las tortillas frías y duras para embarrarle sal.
El hueco en el estómago es más grande este día porque al no haber clases no tuvo acceso al alimento que le proporcionan en la cocina comunitaria.